Pasado perfecto

Día especial - obra de Alejandro Boim
Antiguas las armas que colgaban de la pared. Ballestas, trabucos y pistolones.Perfecto Sánchez había agotado algunos de sus ahorros en recolectar oxidadas reliquias que en algunos casos mostraban huellas por labor de las termitas. Con la paciencia que siempre lo había caracterizado, tomó en sus manos la minuciosa tarea de devolverles el brillo que antaño deberían haber lucido. Imaginaba las luchas por las que habían pasado. Intuía la prestancia del ropaje que sus dueños ostentaron. Es que, ciertamente aquellos artículos fueron sólo para pudientes. Para aquellos que las necesitaban como muestra de poder o para resguardar sus riquezas u orgullo. Eran obras de una orfebrería macabra que lucirían aquellos cuyos atuendos y joyas les estaban a la par.
Por sobre la vieja salamandra que se fijaba contra la pared opuesta, varias repisas de añosa madera sostenían un tiempo reiterado en cada cuadrante de colección. Perfecto había iniciado aquella afición paralela en la época donde abrumadoramente lo asaltaron los miedos a la vejez y los instantes posiblemente perdidos. Cada mañana dedicaba algunos minutos a dar un nuevo respiro de vida a aquellos amigos tan precisos a la hora de decirnos los instantes que inexorablemente habían partido. Irrecuperable gasto inútil para quien le preste atención, pero hipnótico placer de sentir que uno es quién los controla desde sus frágiles mecanismos.
Una breve trenza de tiento sujeta a su cinturón culminaba en un pequeño manojo de llaves ocultas en el bolsillo de su bombacha. Allí se encontraba la clave de la vida. En cada pequeño trozo de metal trabajado de tal forma que sólo uno pudiera dar aliento a su propio pedazo de tiempo. Así como para algunas personas solo existe un alma gemela capaz de impulsarlo a seguir adelante cuando las fuerzas comienzan a abandonarlo.
Perfecto se paró frente a la ventana que miraba al norte. No eran sus ojos gastados por la edad los que le hacían ver árboles ondulados y caminos serpenteantes donde no existían. Aquellos vidrios que antaño fueran traslúcidos y homogéneos se habían convertido en porciones de líquido depositado por el tiempo. Como escurriendo hacia el marco inferior, cada uno de aquellos se había deformado en forma cruda y evidente. La edad también cambia la forma de ver el presente como esos vidrios aquejados de vejez. Lo hermoso suele pasar a ser terrible cuando la óptica con que se mira ha sido dañada por los avatares de la vida. No por que no existan alegrías, si no por que sólo las penas dejan esas marcas permanentes que como cicatrices impiden ver con claridad.
A Perfecto le habían dicho que sólo los momentos pasados fueron mejores. Y en verdad, él no sentía haberlos vivido hasta que quedaban atrás.
Sabía que como pocos de su generación logró tener la valentía de iniciar la oportuna aventura hacia la Capital. En cada momento vivido dentro de aquella inmensa masa en movimiento repicaba en su cabeza una y otra vez el objetivo primordial de recordar cada ínfima cosa, para al regreso poder relatar su aventura a los paisanos.
Y así fue como no pudo disfrutarlo hasta que lo contó.
Y ya había pasado.
Entonces como todos, recurrió a la tecnología del recuerdo.
Sobre una de las paredes laterales se fijaban múltiples imágenes de si mismo y de sus seres más queridos atrapados en un parpadeo del tiempo que logró darles la inmortalidad pedida. Sin ellas su esfuerzo por recordar aquellas caras jóvenes y conocidas habría sido vano. El polvo acumulado en su mente podría haber desfigurado a aquellas personas, recordando aquí un labio, allí unos ojos pardos. Todos mezclados con el sedimento de las últimas imágenes, aquellas donde el avance del tiempo lograría apagar los brillos de toda juventud.
A Perfecto le habían dicho que debía concentrarse en el presente, que el tiempo no existe. Que preocupándose por recordar el pasado y planificar el futuro estaba desperdiciando lo que realmente valía.
Y trató.
Mil veces pensó que mañana disfrutaría cada instante a pleno, para poder observar los resultados recordándolos pasado mañana.
Para él y de forma recurrente, lo importante siempre quedaba atrás. Cualquier perfume podía trasladarlo al pasado, cualquier imagen lograba ese mismo esperado efecto. Pero las sensaciones, lo más importante, no. No podía revivirlas. Pertenecían a su propio espacio. Por mas que se esforzara no lograba recordar otra cosa que algún pequeño cosquilleo, alguna agitación dentro de su pecho. Dejándole el sabor amargo de que algo faltaba. Pero qué?
Ya era tarde para saberlo.
Los signos evidentes de la vejez, hacían que aquellas cosas remotas de su pasado cobraran la vida necesaria como para parecer actuales.
Su primer carrera de sortijas aquel nueve de julio donde con su zaino "Media gueya" había logrado diez aciertos de diez, mientras su padre ancho de orgullo le hundía el sombrero hasta los ojos en una caricia recia.
A la bizca Eulalia, con la que entre juegos y tonteras, una cálida tarde de enero logró iniciarse en algún húmedo tipo de amor, enredado en caricias y matas de alfalfa.
Sin embargo no lograba recordar las caras y nombres conocidos en el mismo día o en el de ayer. De tanto en tanto llamaba con nombres del pasado a quienes hoy sólo eran jóvenes de paso por su vida, pacientes a la hora de actuar como quienes no eran, con el noble fin de no lastimar a ese pobre viejo al que le había llegado la chochera.
Incluso se sentía perdido dentro de su propia casa, vagando de cuarto en cuarto en busca del dormitorio, la cocina o el baño.
En un inesperado momento de lucidez, lo asaltó la revelación de que su hora se acercaba. Que la Parca llegaría demasiado pronto.
Se dio cuenta que eso lo asustaba. Lo asustaba por el simple hecho de que, luego de muerto, lo más terrible sería no poder recordar nada de todo lo vivido. De todo aquello acumulado con tanto esfuerzo. Absolutamente nada.
Es que Perfecto vivía en un tiempo roto que sumaba tres pedazos, donde el que más disfrutaba era aquel de lo que ya había pasado.
Al fin, con la mirada perdida en una cuarta pared inexistente, reclinado sobre su antiguo sillón de mimbre, Perfecto se perdió esa tarde entre cálidos recuerdos, hasta que una vez detenido cada reloj, terminó olvidándose de sí mismo.

OPin
Bs. As. 2000
© Copyright 2010
Once Cuentos sin Rumbo
ISBN 987-43-8446-9

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