El jardinero


El sonido de un trueno.
En la penumbra de la habitación, la oscura figura caminaba de un extremo a otro pausadamente. Cuando llegaba a la húmeda pared, parecía dibujar con su dedo frases mágicas de algún cuento inconcluso. Vestía un abrigo largo y negro, como negra era toda su indumentaria. Bien afeitado y peinado, la palidez de su cara era el único indicio de una humanidad resguardada de la intemperie. Sus pasos se veían acompañados de sordos ruidos sobre el húmedo piso recientemente lavado, mientras por la puerta entreabierta penetraba un hilo de luz que solo se veía interrumpido por las volutas de humo que partían de su mano derecha.
Parecía haberse perdido en algún pensamiento. Sujetó su cabeza por un minuto, en un gesto que indicaba que había regresado a alguna vieja idea. Miró hacia la otra figura tendida en la cama. La acarició con la mirada. Existía algún tipo de conexión entre ellos que era difícil de explicar. Casi con ternura comenzó a hablar de una forma tan particular que las palabras parecían caer suavemente desde su boca. Era una pequeña letanía, repetida desde hacía mucho tiempo. Desprovista de toda nueva energía. Como si sólo fuera una excusa.
-Usted sabe Laura. Es como una rosa roja. ¿Se ubica? Un rojo palpitante en el centro de cada pétalo que se expande. Un color oscurecido poco a poco hasta alcanzar el mismo borde.
Se lo dije hasta el cansancio, cierto?. Que al fin y al cabo soy un alma sensible. Que podemos encontrar la belleza necesaria en cada cosa. Si, sé que puedo resultar un poco cursi y que las rosas son un recurso remanido. ¡Pero cuanta poesía se guarda aún en ellas!
No. No me mire así ¿Le conté de cuanto aprecio la prosa descriptiva de Rubén Dario? ¡No, que va! Seguramente no hemos tenido ni el tiempo ni la intimidad necesarias para conocernos tan a fondo. ¿Sabe? Hasta intuyo que somos almas gemelas. Me pasa todo el tiempo. Pero a diferencia de con otros, siento que en el fondo usted aprecia lo que le digo, que lo valora en su justa medida, no como esos energúmenos que me acompañan cada día. Sepa disculparlos. Merecen nuestra pena mas que nuestro desprecio. No todos en este mundo sabemos apreciar la belleza oculta en cada forma. En cada color. Esté segura que valoro mucho su colaboración en estos momentos. Usted es ciertamente una dama. No. No se lo digo solo como un simple cumplido. Debe concordar conmigo que hemos pasado momentos penosos. No le miento si le digo que me siento un poco responsable. Sólo un poco. Seguramente todos tenemos estos pequeños remordimientos contra los que debemos luchar. Usted me comprende. Y es por eso que le agradezco. Toda una dama. Sí.
Por cierto. Esa es una hermosa rosa roja, como le dije
Hoy temprano estuvo el enfermero ¿Darío no? Él entiende también de estas cosas. Creo que en el medio de tanta tristeza la de Darío es una mano cálida que sabe dar. ¿Le conté que me recetó unos tranquilizantes a escondidas de mis compañeros? No sea cosa que se sepa que aflojo. Es un hermano. Espero que a usted también la haya podido ayudar. ¿Sabe? Desde que tomo los tranquilizantes el día se me pasa mucho más rápido. No tengo tanto embrollo en la cabeza. Pero antes. Antes sentía voces. Varias. Parecian no poder ponerse de acuerdo en ningún tema. Complicado le digo. Pero ahora no. Ya se callaron. Ya puedo dedicarme un poco mas a la lectura. Hasta hace algunos años, antes que comenzara todo esto, ni me habría imaginado que terminaría siendo un adepto a la poesía. Me hace mucho bien. ¿Leyó algo de Bécquer? Se lo recomiendo.
¿Cómo vive esa rosa que has prendido
junto a tu corazón?
Nunca hasta ahora contemplé en el mundo
Junto al volcán la flor.
Le agrada cierto?. Se llama así. ¿Cómo vive esa rosa que has prendido..." No es hermoso? Breve, claro, conciso. Es del tipo que prefiero. Porque, eso sí, me escapo de los temas lúgubres, sabe? Soy una persona muy, pero muy sensible y un exceso puede hacerme daño. Leticia, mi señora, también empezó a leer conmigo. No tenemos chicos y eso nos pone muy mal en alguna ocasiones. Pero verá, los dos tiramos del mismo carro y parejo desde hace veinticinco años. Créame, pasamos tiempos muy duros. Nunca tuve ni para regalarle rosas en nuestro aniversario. ¡Y como le gustan! Tanto como a mí mismo. Todavía tiene una, apretada entre las hojas de un viejo libro. Ni recuerdo cual es. Hoy cuando llegue a casa le pregunto.
Y bueno. Con el tiempo he encontrado la belleza en lo que hago. Al principio me costaba. Pensaba que estaba haciendo algo malo. Pero no. No es así. Soy como un jardinero, ¿no?. Cuido mis rosales hasta que los capullos estallen en ese rojo oscuro que tanto me agrada. Y usted. Usted siempre tan gaucha. Si hasta me ha regalado sus lágrimas como gotas de rocío que bañaran mis rosas.
Tal vez en la próxima cultive violetas. Me gustan las violetas. A usted le quedan bien. Es cuestión de probar. En serio. El violeta hundido en sus ojos, la rosa derramada en su pecho. Déjeme decirle que no todos los días nacen flores tan hermosas aquí, en este "chupadero" irónicamente llamado Olimpo.
Disculpe un momento. Ya llegaron los chicos.-
La figura se desembarazó de algún pensamiento pendiente, mientras guardaba el arma que aún humeaba en su mano.
-Tratenla bien. Es una amiga.
Los hombres de la morguera cerraron la negra bolsa que ahora contenía un cuerpo y se miraron tan solo un instante, sin poder comprender que tipo de poesía podía encerrar aquel momento.

OPin
Bs. As. 2000
© Copyright 2010
Once Cuentos sin Rumbo
ISBN 987-43-8446-9
Relato en contra de los crímenes de lesa humanidad ocurridos durante la dictadura militar

2 comentarios:

  1. qué fuerte Opin!!! qué fuerte y bello. en general evito estas lecturas... peeeroooo... inevitable...

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  2. Muchas gracias Marga. La engatusé hasta el final ;)
    Un cariño.

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